I. historia la escriben los “superhombres”
Las mujeres han estado (casi) ausentes de las instituciones políticas, del mercado de trabajo o de los cargos de decisión pública en México y en América Latina. Ese ha sido el relato y la realidad de la región. Desde las independencias, la historia ha sido contada por hombres, como si todo proceso político hubiera sido hecho por y para ellos. El caudillo era un hombre que controlaba de manera personalista el poder; que interpretaba, definía y ejecutaba la “cosa pública”, y que era venerado por todos como un líder con cualidades extraordinarias. Caciques, dictadores, sultanes, líderes populistas, príncipes ilustrados o presidentes imperiales, todos ellos “superhombres”, han controlado de manera férrea el poder y han minimizado (o ignorado) la presencia femenina en las instituciones políticas.
La culpa no ha sido solo de esos “superhombres”. También las ciudadanas y los ciudadanos han prestado (y prestan) poca atención a la ausencia de mujeres en los cargos de representación política, como si eso no fuera importante. Ha sido (y es) común ver congresos, ministerios, foros académicos o programas de televisión dominados por hombres. En la actualidad esto nos importa un poco más, pero aún queda mucho por hacer, no solo aquí en México sino en todo el mundo. El último informe del Banco Mundial es claro y contundente en este sentido: aunque más niñas asisten a la escuela y más mujeres han mejorado su calidad de vida en las últimas décadas, su inserción laboral y económica es limitada y la brecha de género en términos políticos, económicos o sociales aún es grande.
Las razones por las cuales las mujeres han estado ocultas y escasamente representadas son diversas. Tienen que ver con factores culturales, políticos, socioeconómicos e, incluso, estratégicos, que incluyen visiones y prácticas estereotipadas de las relaciones de género, una estructura del cuidado familiar centrada en la responsabilidad femenina, una división del mercado de trabajo basada en roles de género y una fuerte cultura discriminatoria y poco cooperativa entre los individuos. Es más, el argumento de que “no hay mujeres” prevalece en los diversos ámbitos como una manera de justificar la ausencia de mujeres en puestos de decisión y responsabilidad.
II. Cambios en el tablero de juego
En las últimas décadas, los países latinoamericanos han hecho esfuerzos importantes para cambiar esa situación. La revolución normativa en materia de género que se inició en Argentina (con la aprobación de la Ley de Cupos en 1991) no tiene precedentes. América Latina ejerce hoy el liderazgo mundial en empoderamiento femenino y en experiencias institucionales de innovación en materia de género. Dieciséis países latinoamericanos sancionaron, entre 1991 y 2014, leyes que establecían algún tipo de cuotas de género e, incluso, siete incorporaron la exigencia de paridad en las candidaturas (Archenti, 2014). Si bien ha habido casos de naciones como Nicaragua que no han necesitado leyes para tener un número significativo de mujeres representantes en el Poder Legislativo, y otros como Panamá donde la ley de cuotas no ha mejorado la representación femenina, en la mayoría de los países las normas y las sentencias de los tribunales electorales contribuyeron a cambiar el tablero de juego. México es un excelente ejemplo de ello y deja varios aprendizajes para la política comparada en esta materia.
Países como Chile, Panamá, Perú o Paraguay harían muy bien si revisaran la reciente experiencia mexicana. La combinación de la voluntad de ciertos sectores de las élites con medidas afirmativas fuertes que exigen paridad, alternancia y una fórmula completa sin válvulas de escape (previsiones que permiten el no cumplimiento de la norma) y con sanciones efectivas, sistemas electorales “amigables” al género (fórmula proporcional, con distritos medianos o grandes y lista cerrada y bloqueada) (Htun y Jones, 2002), de la mano de un dinámico y contundente activismo judicial (como el del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación) y una sociedad civil con liderazgos comprometidos con la exigencia del cumplimiento de las normas, ha sido clave para romper los obstáculos que enfrentan las mujeres en México.
Si bien el camino hacia la paridad de género no ha sido recto ni sencillo, los pasos dados no solo han cambiado de manera significativa la integración del Congreso mexicano (alcanzando cerca del 42% de mujeres en la Cámara de Diputados en 2015); también han supuesto la introducción de nuevos temas, preocupaciones y perspectivas en la agenda pública. Las elecciones del pasado 7 de junio de 2015 han sido los comicios con el mayor número de candidatas y en los que se ha elegido al mayor número de mujeres.