Democracia y partidos políticos en Costa Rica

Artículo
08 Enero 2015

 

Cuando el exmandatario Luis Alberto Monge acuñó el término “canibalismo” para aplicarlo a su propio partido, Liberación Nacional (PLN), no pensó que retrataría la situación que viviría su sobrino y excandidato presidencial, Johnny Araya, décadas más tarde, después de que la agrupación sufriera el peor resultado electoral en sus 63 años de historia. Los partidos, sean estos tradicionales o no, recibirán el 2015 en un clima frío, de escasa participación poselectoral, volatilidad y descrédito, en el frente externo, y más fraccionados y desorientados que nunca, en el interno.

 Aunque el PLN haya querido desligarse de su excandidato de forma expedita, como si se tratara de la peste, ambos son la cara visible de un proceso de franco deterioro de las dirigencias, enfrascadas en pugnas de poder y convidados de piedra en los grandes debates nacionales y demandas populares. El politólogo alemán Ralf Guldenzopf ha utilizado la imagen del teléfono inteligente para explicar el papel de estas instituciones en la democracia moderna: deben ser abiertas, flexibles y capaces de actualizarse por medio de aplicaciones que informen de las preocupaciones sociales y contribuyan a resolverlas. Tal vez la metáfora técnica relega el debate ideológico de fondo, pero enfatiza la importancia de que sean organizaciones vivas, no estructuras disciplinarias y burocráticas, que sirvan de canal de comunicación entre los intereses particulares, las propuestas colectivas y las políticas públicas. 

El próximo año será clave para recuperar el tejido partidario, si estas agrupaciones pretenden adecuarse a las elecciones municipales de febrero del 2016, antesala obligada de las generales del 2018, en cuanto a organización territorial. En el 2015, el PLN celebrará un congreso ideológico, que debería marcar un anhelo de renovación en su vapuleada trayectoria reciente, y verá la reforma de los estatutos. Tal y como se ha anunciado, esto último culminará el proceso de “desjohnnyzación” del Partido, al hacerlo responsable del desastre electoral y querer limitar la injerencia de los futuros aspirantes durante la campaña. En un mea culpa poco habitual en el liberacionismo militante, el exvicepresidente Kevin Casas declaró en agosto pasado: “… y juro que no tengo idea de cuál es la coalición social que ha sostenido al PLN desde 1998, a pesar de que hemos ganado unas cuantas elecciones. Nos dedicamos a hacer asambleas distritales y pelear salvajemente por diputaciones, un proceso en el que solo falta que se coman a alguien”. Si bien hay sectores en el PLN que aún niegan la crisis y prefieren hablar eufemísticamente de “problemas”, el expresidente José María Figueres coincidió con Casas y con otras voces autocríticas al enumerar los desafíos apremiantes del movimiento: recuperar la base social –como las capas medias, que se refugiaron en el PAC– y una agenda de temas nacionales. 

Otras organizaciones, como el gobernante Partido Acción Ciudadana (PAC) y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), tampoco ocultan sus acres disputas internas. El Frente Amplio (FA) celebró su décimo aniversario bajo el triunfalismo de haber logrado la mejor votación para la izquierda criolla, pero con el reto de convertirse en “un partido permanente”, como expresó el excandidato José María Villalta, y aumentar su capacidad administrativa para aprovechar los ¢864 millones que le otorga el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), para organización y capacitación.

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